Las siete virtudes de la sopa

Con el viento y el frío apetece “entonar” el ánimo con una sopa humeante. Ese calorcillo que baja por el pecho y sienta tan bien al estómago, de niños no lo echábamos en falta. Me viene a la memoria mi amiga, tan traviesa y divertida, que como Mafalda no soportaba la sopa. Su abuela le repetía cariñosa una estrofilla de la buena sopa, que entre otras ventajas “engordaba” y ponía la cara “colorada”. Ahí fracasaba.
La moda, ese mensaje subliminal de exaltar lo caro, exhibir el lujo y la pertenencia a un grupo selecto, había cambiado. Mientras en los años cuarenta se pasaba hambre, se vendió una imagen topolina y curvilínea de la belleza; hoy, cuando la vida sedentaria, los alimentos refinados y los azúcares sintéticos han abierto la puerta a la obesidad como fenómeno social, el lujo es la delgadez extrema. Al cocinar, parte de las vitaminas se pierden, pero permanecen en el caldo, y ahí está el secreto de una buena sopa La sopa no engorda, nutre. El elevado porcentaje de niños obesos que tenemos también en Europa se debe a malos hábitos alimentarios.
Al cocinar, parte de las vitaminas se pierden, pero permanecen en el caldo, y ahí está el secreto de la sopa. Agrupemos en ella las vitaminas y sustancias que nos protegen gracias a las verduras todavía crujientes al lavarlas y trocearlas, las combinaremos con legumbres y cereales para multiplicar aún más las variantes. El truco está en rehogar las verduras previamente en un poco de aceite de oliva virgen ecológico de primera presión en frío, que nos limpia las arterias además de dar buen sabor, y en atrevernos con plantas silvestres y aromáticas –que también son medicinales– y con especias en pequeñas cantidades.
La sopa no ha de ser recalentada ni mantenida horas en un termo. Ahora sí que puede comprenderse mejor la estrofilla de la abuela, que hoy diría así: “siete virtudes tiene la sopa/ nunca es cara y sed da poca/ hace dormir y digerir/ siempre variada, nunca enfada/ y te pone cara de espabilada”.
Rosa Barasoain