La miel, como las abejas, nos acompaña desde nuestros orígenes. En una pintura rupestre del Paleolítico conservada en Bicorp (Valencia), ya se representa a un humano recogiendo panales. Todas las culturas han dejado escrito sobre su valía, salvo en esta época de escepticismo materialista en el que se la ha querido relegar –sin éxito– al nivel de sustancia azucarada. Pero no llamemos miel a un producto globalizado, calentado, adulterado, fruto de la mayor explotación, que compite por precio. Tampoco es un simple alimento. Médicos, investigadores, incluso cirujanos, que han revisado la medicina popular, ya apuntan a que puede sustituir a muchos medicamentos químicos y a que su valor es mayor cuando proviene de apicultores que cuidan de sus abejas y del entorno.

La miel endulza el doble que el azúcar, y con la mitad de calorías, pero reflexionemos antes de tomar esta maravilla. Para elaborar tan solo la que cabe en una cucharadilla las abejas han recolectado el néctar de 100.000 flores en días soleados. Si vamos al dato cuantitativo, contiene un 17% de agua, un 80% de azúcares simples (principalmente fructosa, glucosa, maltosa) y un 3% de trazas de polen y componentes diversos. Son precisamente esas trazas de polen y esos componentes los que definen las cualidades de una miel, su mayor valía para la salud, porque ahí están las vitaminas, minerales, oligoelementos, flavonoides, enzimas, sustancias aromáticas, ácidos orgánicos y sustancias antibióticas. Y luego está ese algo tan sutil como necesario, esas radiaciones vitalógenas del sol y del aire captadas por las plantas, y el proceso que tiene lugar en el interior de la colmena. Las abejas pecoreadoras entregan su néctar a las receptoras que lo recogen entre el maxilar superior y la lengua. Lo pasan de unas a otras para concentrarlo retirándole el agua, y aportan otras sustancias en un proceso de regurgitación que se repite de 130 a 240 veces seguidas; la dejan luego reposar en una celdilla sellada con cera, y así hasta llenar un panal. El entorno y la colmena deben estar libres de plaguicidas, y el trato a las abejas y la extracción de la miel debe ser muy respetuoso, ahí está el mérito de un apicultor. Hablemos de esa miel. ¿Verdaderamente la valoramos cuando nos muestran su precio?

Por sus contenidos antioxidantes ayuda a retrasar el envejecimiento celular y a prevenir enfermedades gravesLos campesinos sabían curar con miel. La aplicaban también a las úlceras y heridas de sus caballerías y ganados, una propiedad que investigadores como Sackett, un bacteriólogo norteamericano, han dejado documentada: contiene inhibina, con efectos similares a la penicilina, y es un regenerador celular, tanto dentro como fuera del organismo. Se ha aplicado con éxito en heridas de cicatrización complicada, en quemaduras, en injertos de piel especialmente de grandes quemados, pero también en úlceras internas. Siempre con mieles de calidad y con la mayor asepsia. Cerrada en un tarro dura tiempo, pero si la calentamos por encima de 40 ºC pierde sus propiedades medicinales.

Por sus contenidos antioxidantes –especialmente los flavonoides– ayuda a retrasar el envejecimiento celular y a prevenir enfermedades graves. Nos aporta vitalidad y, al estar predigerida por las abejas, la absorbemos directamente en las membranas celulares, de ahí que sea tan digestiva, sedante y a la vez tónica cardíaca y reconstituyente, especialmente indicada para niños, ancianos y convalecientes, para personas estresadas, tensas, agotadas intelectualmente… Paracelso la llamó “bálsamo de la Tierra”. La fruta madura y la miel han sido desde siempre la forma natural de endulzar, no hace tanto que tenemos azúcar de caña, y hace poco más de doscientos años que se fabrica azúcar de remolacha, pero cómo nos la han hecho imprescindible y con qué excesos. No hagamos lo mismo con la miel.

De hecho la Apiterapia no habla de miel sino de mieles, por su diferente composición según flores y lugares de procedencia y por sus especiales cualidades. En general las de color claro (tilo, acacia, azahar, espino albar, espliego, romero) tardan más en cristalizar y son más aptas para diabéticos. Las mieles oscuras, como las de brezo, castaño, roble, pino, abeto, tomillo, cristalizan antes y son más ricas en flavonoides y minerales. Es interesante descubrir y diferenciar sus virtudes, pero ¡empecemos por ser justos y agradecidos con las abejas!

Texto: Rosa Barasoain