En los años 20, cuando todavía no se hablaba de carencias ni de alergias alimentarias, el Dr. Delbet, famoso por sus investigaciones y logros curativos con un compuesto mineral, el cloruro de magnesio, dejó escrito: “la agricultura es una actividad más importante para la salud que la medicina”. Estamos en un país donde podemos elegir alimentos ecológicos, de una agricultura que cuida esa función saludable, y ahora en verano tendremos cerca y en abundancia, con calidad y buen precio, delicadas y maravillosas frutas en su punto de madurez. Por ellas mismas o combinadas con otro alimento excepcional como es el yogur, nos van a permitir variantes realmente apetitosas y sanas, desde batidos, a helados.

Un alimento para ser sano requiere tres grandes virtudes: debe ser puro, es decir libre de contaminación y de químicos además de estar lo menos refinado posible; debe ser fresco, con todas sus fuerzas vitales; y debe contener todas sus cualidades sutiles, como aromas, color, sabor… y azúcares, especialmente en el caso de las frutas.

Bien es cierto que ninguna dieta ni régimen alimentario en exclusiva es garantía de salud pero, ¿a quién no le gusta sentirse más despejado, más ligero de mente y cuerpo, con vitalidad y alegría de vivir? Y en cuanto a nuestros hijos, si les gusta lo dulce, qué mejor que enseñarles unas buenas pautas y predicar con el ejemplo en casa. Facilitarles cada día buena fruta y honestos yogures, batidos o helados que no lleva tanto tiempo preparar, mientras las golosinas industriales les dejan vacíos, nerviosos y sin vitalidad.

En cuanto al yogur, se conoce desde antiguo sus benéficos efectos pero no se sabía que dependían de la calidad de las bacterias que lo fermentan. Desde albaricoques a melocotones, pavías, nectarinas, abridores, peras, ciruelas, que podemos tomar con su piel, o frágiles fresas, frambuesas y otros frutos rojos, o los ricos plátanos, melones y sandías en sus “envases” verdaderamente biodegradables. Según estudios comparativos la alimentación actual ha perdido cualidades nutricionales, desde betacarotenos y antioxidantes, y hasta un 30% menos de vitaminas por la forma de cultivo, pero también porque las frutas se cogen verdes, se almacenan largo tiempo, viajan más kilómetros, y por la forma destructiva de cocinar (electricidad, microondas).

En cuanto al yogur, que nos llegó de Oriente, se conoce desde antiguo sus benéficos efectos pero no se sabía que dependían de la calidad de las bacterias que lo fermentan. Lo estudió muy bien el ruso Iliá Metchnikof, Premio Nobel de Medicina en 1908, hasta llegar a la conclusión de que una causa importante de envejecimiento y pérdida de vitalidad son las toxinas resultado de putrefacciones y fermentaciones nocivas en el organismo por mala digestión y mala asimilación intestinal. El mejor aliado sería una buena flora intestinal, y a esto ayuda precisamente la síntesis de sustancias que realizan las bacterias del yogur. Este alimento puro, completo y fresco nos ayuda a sintetizar, limpiar, equilibrar. Lo que no sabían hasta el siglo pasado es que debe ser resultado de unas bacterias concretas, muy sensibles al calor que para multiplicarse necesitan 40ºC, pero se destruyen por encima de los 45ºC.

Podemos elegir entre yogur elaborado con leche de oveja, de vaca, de cabra (el más apto para no tolerantes a la lactosa) y en verano combinarlo con hortalizas en ensalada, aliñado con una pizca de aromáticas muy ricas en polifenoles como el tomillo y romero, digestivas como la ajedrea, albahaca, orégano… O con miel, fruta en sazón y toques de digestivas aromáticas (cardamomo, vainilla, salvia, clavo, melisa, menta, comino, anís, jengibre), la estimulante canela y para los niños, por qué no, azúcar completo y ecológico, pero tendiendo a bajar poco a poco las cantidades para que puedan apreciar el dulzor natural de la fruta. Con ellos compartiremos otra alegría suplementaria: el helado. Al igual que el yogur, tanto comprar los de calidad certificada ecológica que ya están presentes en las tiendas como hacerlos en casa es disfrutarlos con todas las vitaminas. Propongo una variante, yogur en vez de leche o nata. Después de una hora en el congelador hay que batir de nuevo la mezcla de frutas y yogur y repetir ese mismo paso dos veces más en intervalos de treinta minutos. La magia del sabor tiene su ritmo, y el verano también. ¡Salud!

Texto: Rosa Barasoain