El hecho de que “comemos por los ojos” lo utilizan sin duda los publicistas para influir en nuestras compras, incluidos los alimentos. De un bote de “insípidas” nos venden un alimento milagroso, una inyección de fuerza y músculo que transforma al instante a un flacucho marinero en el superhéroe Popeye. Cuando se encargó la publicidad del producto, en la tabla de nutrientes una coma mal puesta en los decimales dejó por escrito que las espinacas tenían un elevadísimo contenido en hierro. Y eso fue lo que se promocionó.

¡Los productos ecológicos no tienen una publicidad tan bien orquestada!, y sin embargo, cuánto dinero ahorrarían a la Seguridad Social. En Asturias, hace unos años, una hortelana me comentaba cómo fue haciendo clientas fijas porque las espinacas ecológicas eran las únicas que no causaban daños intestinales, ¿por qué esta diferencia? Las convencionales tienen menos hierro, y si además son de cultivo forzado, con poca luz del sol y con mucho abono los nitritos se disparan, ¡pobre Popeye! En ensalada, cocidas al vapor, en puré… y ¿qué niño no disfrutará de unas croquetas de bechamel, espinacas y trocitos de queso? Pero vamos a decirlo en positivo, los nitratos naturales de unas espinacas cultivadas en ecológico y de temporada son muy inferiores en cantidad y con la importante diferencia cualitativa de que la propia verdura los equilibra y hace asimilables gracias a su mayor contenido en sustancias beneficiosas, aportando además de hierro, calcio, magnesio, vitamina C y diversos nutrientes.

Una visita a un hortelano ecológico, o un huerto escolar, ayudará a nuestros hijos a descubrir el origen de los alimentos y no hará falta insistir, ni con esta verdura ni con las demás. Comerlas les sentará muy bien, y les hará un poco más selectivos con la publicidad. Leyendo con ellos entenderemos mejor “La casita de chocolate”, antiguo cuento popular recogido por los hermanos Grimm, una casita atractiva y comestible, alegre y colorida por fuera, pero perversa por dentro.

 Rosa Barasoain