La temperatura de la tierra

Llega la primavera y comenzamos a sentir cómo la subida de las temperaturas y el aumento de las horas de luz traen cambios, gran parte fuera del alcance de nuestra vista, pero no por ello son menos importantes. El aumento de la radiación solar aumenta la temperatura del aire, y la combinación de radiación y aire caliente hace subir la temperatura de la tierra, efecto decisivo en la vida de la misma y por tanto en la vida de nuestros cultivos. Pero los cambios (diurnos o estacionales) en la temperatura del aire llevan un “retraso” en comparación con la tierra, que será mayor o menor dependiendo de cuánto calor puede acumular y de cómo de rápido transmite ese calor. Como norma general:
La capacidad de almacenamiento de calor de la parte mineral de la tierra es menor que la de la materia orgánica y esta menor que la del agua. Esto hace que una tierra mojada y con materia orgánica, tarde más en alcanzar la temperatura del exterior, pero una vez la haya alcanzado la mantiene por más tiempo aunque en el exterior baje. La transmisión del calor (tanto para ganar como para perder temperatura), es mayor en los minerales que en el agua, y en el aire es casi nula.
Uniendo estas dos propiedades, podemos intuir que una tierra mineralizada y seca, en una noche fría, bajará su temperatura hasta casi alcanzar la atmosférica. Sin embargo, una tierra bien estructurada, con agua y materia orgánica, mantendrá durante más tiempo el calor acumulado durante el día. La cubierta también influirá en este balance.
Podemos pensar que esta aburrida lección de termodinámica no tiene nada que ver con nuestro huerto, pero nada más allá de la realidad, ya que la temperatura de la tierra condicionará en gran medida las condiciones y calidad de nuestros cultivos. Tomando el ejemplo anterior, los tomates cultivados en una tierra que se mantiene caliente durante una noche fresca serán de mayor calidad y más productivos.
Si sembramos judías o calabacines cuando la tierra todavía no se ha estabilizado en al menos 15 ˚C tendremos germinaciones desiguales y el crecimiento de las raíces será lento o nulo, lo cual nos condicionará el resto del cultivo.
La temperatura mínima para el crecimiento radicular en especies de invierno suele estar alrededor de los 7-8 ˚C y para especies de verano en unos 15 ˚C. Por encima de 35 ˚C rara es la especie que tiene un buen desarrollo de raíces.
Los tubérculos, al no poder regular su temperatura como lo hacen hojas y frutos, dependen totalmente de la temperatura de la tierra. De ahí que existan, por ejemplo, zonas y épocas con una mayor vocación “patatera”. Está demostrado que la patata a 10-15 ˚C forma más tubérculos y con más precocidad que con la tierra a 15-20 ˚C, pero estos últimos crecerán más rápido. Si la tierra pasa de 28 ˚C se desencadena la senescencia de las plantas y los azúcares dejan de convertirse en almidón.
Aunque es imposible que veamos hoy todas las influencias de la temperatura de la tierra sobre nuestros cultivos, destacaremos que tiene un importante papel sobre la disponibilidad de algunos nutrientes. Por ejemplo sobre el oxígeno, el fósforo y la mineralización del nitrógeno. En todos los casos a mayor temperatura, mayor disponibilidad.
Es común en algunos huertos detectar manchas moradas en tomateras y puerros cuando llega el frío, se debe a la mala absorción del fósforo por enfriamiento de la tierra.
Conviene prestar atención a los picos de nitrógeno que pueden darse cuando una tierra estercolada pasa de 20 a 30 ˚C, ya que la cantidad de nitrógeno disponible puede duplicarse y traer problemas por excesos. La temperatura condiciona también la transformación de la materia orgánica: a mayor temperatura mayor mineralización, y por tanto mayor disponibilidad como nutriente para el cultivo. En contrapartida, el frío favorece la estabilización de la materia orgánica en forma de humus, que además de ser un nutriente equilibrado mejora la estructura.
Veremos en el próximo número cómo podemos influir, en la medida de lo posible, en la temperatura de la tierra de nuestro huerto.
CERAI Aragón. Equipo de Dinamización local Agroecológica