La granada y los secretos de la vida

Sus remotos orígenes se encuentran en una zona montañosa prodigiosamente rica en frutales silvestres, una meseta iraní donde según el Génesis estaba el Edén. Luego en la Edad Media los monjes tendrían en sus claustros una pequeña representación de aquel paraíso terrenal: almendro, cerezo, membrillo, manzano y peral, higuera, granado, níspero, frambueso y moral negro. Jardín que imitaron los señores feudales, para aprovisionarse murallas adentro de lo que consideraban valioso y necesario. Pero el cultivo generoso y abierto a todos nos vino de la cultura andalusí, y hoy de los cuidados vergeles que vuelven a acercarnos los agricultores ecológicos.
Qué tendrá la granada, alabada por el sabio rey Salomón en su Cantar de los Cantares, reproducida en bronce en las columnas de su esplendoroso templo hoy desaparecido. En el lenguaje de las flores, su flor carmesí expresa un amor ardiente y sus frutos son emblema de fecundidad, tanto en la Grecia Antigua como en Vietnam, en África o en la India. Sin alejarnos tanto, fueron los fenicios los que nos trajeron este frutal, del que los egipcios ya conocían sus propiedades tenífugas y al que griegos y romanos valoraron por el sabor de sus frutos, aunque fue con los árabes con quienes llegó a reinar. Empleaban la raíz como tenífugo y vermífugo, la piel de la granada para teñir el cuero y obtener tintas, además de elaborar zumos y mil y un platos con sus granos del color del rubí. Gracias al clima cálido y al virtuosismo de sus sistemas de riego, los árabes lograron tales vergeles que dieron nombre a la capital de un valle: Granada, donde además de granadas maduraban albaricoques, melocotones, ciruelas, almendras, limones, cidras, naranjas dulces y amargas, olivas… Pero aquella abundancia terminó con la expulsión de los hortelanos. Según algunos estudiosos, concluida la reconquista la política de nuestros gobernantes fue hacer tabla rasa de la cultura vencida: los canales de riego y las tierras fueron abandonadas. Con el señuelo del oro del Perú, o por la fuerza, lo más granado de la juventud se fue a “hacer las américas”. La economía de los poderosos daba la espalda a las tierras de cultivo, progresivamente esquilmadas por sus grandes rebaños de ovejas, camino de la desertización. ¿Qué nos recuerda esto?
Alimento y medicina, los médicos árabes y europeos, ya la apreciabanGracias a la agricultura ecológica muchos lugares se van recuperando y se rescatan cultivos que devuelven la vida a los pueblos y al entorno. Nada es casual. Junto con la higuera y la vid, el granado es de los primeros frutales que el ser humano consiguió domesticar allá por el Neolítico. Hoy somos de los principales países productores (junto a Turquía, Afganistán, Italia y Arabia) y además las hay ecológicas. En el clima cálido del Sur y Levante, su piel madura en verano del verde al rosado, en otoño amarillea, se apergamina, incluso llegan a abrirse mostrando su interior. Hay que cogerlas un poco antes y en lugar seco durarán varios meses.
La clave para desgranarla con facilidad es cortar la corona desde la base y retirar la pulpa amarilla que crece debajo. Los granos, ese zumo encapsulado que envuelve cada semilla y estalla en la boca curándola y fortaleciéndola, combinan muy bien con escarolas y endivias, en macedonia o con mazapán. La cocina tradicional mediterránea aprecia platos como la granada con cuscús dulce, o acompañada de puré de berenjenas. Para los niños, la auténtica granadina se prepara con cuatro partes de zumo y siete de azúcar integral, todo ecológico y recién hecho, ¡las tenemos tan cerca!
Alimento y medicina, los médicos árabes y europeos, ya la apreciaban. Con las variedades silvestres, que son agrias, se preparaba un jarabe para afecciones de garganta. Las cultivadas, variedades dulces y agridulces, refrescan, tonifican, depuran, remineralizan, aportan vitaminas –A, B y en especial la C– y antioxidantes. En cosmética se vuelve a valorar el aceite de sus semillas por sus propiedades para la piel, a la que suaviza, regenera y protege de nocivos rayos solares. Los efectos llevan su tiempo, nada es inmediato. Las granadas, como los secretos de la vida, se abren al madurar.
Texto: Rosa Barasoain