Kiwi, ecológico y de aquí

Está en la mano del consumidor parar esta inconsciencia con que a diario se vierten en el mundo toneladas de plaguicidas por tierra, agua y aire, ¡para obtener alimentos! O más bien mercancías. Si hablamos de fruta, no se puede afirmar con ligereza: “es casi como en ecológico, no se le echa nada”, cuando los análisis demuestran que su bella presentación esconde un cóctel químico y carencias nutricionales y vitamínicas, aparte de la falta de aroma y sabor. Tomemos el ejemplo de una fruta muy reciente, la Actinidia o grosella china, popularizada por los neozelandeses como su ave emblemática: el kiwi. Hoy es tan popular que se come a diario y casi todo el año, pero ¿sabíais que ya hay estudios que confirman que el kiwi ecológico es más cuidadoso con la tierra, pero sobre todo, que es más nutritivo que el convencional?
El Yang-Tao, como lo llaman en China desde hace milenios, es una vigorosa trepadora de bellas flores y frutos abundantes. Su sabor recuerda a la grosella y se come pelado o partido por la mitad y con cucharilla. El marketing ha pregonado tres de sus cualidades: laxante, con pocas calorías y alcalinizante.
Su cultivo nos llegó por Galicia, donde hay plantas que tienen ya 70 años y siguen con buena salud. Las temperaturas extremas y los monzones de su lugar de origen el ingenio humano ha sabido compensarlos con la cercanía del mar o de buenos ríos, y con determinados manejos, pero esto se viene haciendo por una doble vía. Oirás decir que “el ecológico no avanza, porque hay poca diferencia con el convencional”. Pero si indagas un poco verás que la falta de horas frío para que sea dulce hay quienes la “compensan” con cianamida, un chute de nitrógeno químico; la poda y el aclareo, y la falta de suficientes plantas macho –que no son productivas– todo se corrige a base de tratamientos con hormonas. Hasta que un frutal al que no se le conocían plagas ha terminado por enfermar. Le afecta una bacteria para la que no hay cura, hay que arrancar las plantas y poner nuevas, que son precisamente las más sensibles a la plaga…
La otra vía es la perdurable: la ecológica. En 2015 (según datos del Ministerio de Agricultura) en España se cosecharon 27.700 toneladas de kiwi convencional y 400,59 t de kiwi ecológico (a la cabeza Galicia con 187,41 t; en Asturias, 88 t; Extremadura, 30,80 t; Comunitat Valenciana, 23,77 t; Cataluña, 21,90; País Vasco, 20,76 t; Canarias, 20 t; Navarra 5,33 t; Cantabria 1,60 t; Aragón 0,88 t). Y aunque aumente la oferta, no se cubre una demanda que sigue creciendo, de hecho, los buenos kiwis se llevan a la exportación, y aquí nos ofrecen los de importación. Sobre todo, en verano, porque son del hemisferio sur o de forzada conservación en frío.
El consumidor debe saber que los kiwis ecológicos y de aquí los tendremos de noviembre a marzo-mayo, y que según un estudio de la Universidad de Vigo son más nutritivos que en convencional, con mayor contenido en minerales, y con igual o mayor productividad (porque el abonado y fumigado da más follaje, pero menos frutos), y dejan la tierra en mejores condiciones. En ecológico se poda, se tritura esa materia como acolchado y se mitiga el monocultivo con cubiertas vegetales o la compañía puntual del reino animal (razas de ovejas que entran sin dañar) y la labor impagable de las abejas polinizadoras. Hay más trabajo manual, más atenciones, pero ¿no es trabajo –y gasto y riesgo– fumigar?
Comer un kiwi ecológico al día cubre nuestras necesidades de vitamina C y de otros nutrientes que hoy se confirma son esenciales. Por ejemplo, calcio y fósforo –componentes de los huesos– no sólo evitan la osteoporosis, también ayudan al cerebro; magnesio y hierro, y vitaminas C, E y carotenoides, actúan en sinergia fortaleciendo las defensas y neutralizando los radicales libres. El kiwi aporta una enzima que favorece la digestión y reduce los problemas de gases; y fibra, que lo hace suave laxante (sin abusar, o habrá irritaciones). Son de especial interés para niños y ancianos. Hay personas a las que produce alergia, como a otras el látex, pero en general favorece la curación de heridas o de llagas en la boca y ayuda al organismo frente a riesgos cardiovasculares.
Se presta a comerlo crudo (solo, en ensaladas, en macedonias, en zumos, con cereales, o con otras hortalizas) o cocinado (confituras, jaleas, tartas…), pero pensando en el planeta sólo podemos recomendar una opción: saborear el ecológico y de cerca.
Texto: Rosa Barasoain