Lo podemos ver en el Museo del Prado, es un cuadro relativamente pequeño –apenas un metro cuadrado– donde el autor refleja fielmente una estampa de su época. Lo firma David Teniers, nacido en Amberes en 1610, hijo de un pintor afamado y casado con Anna Brueghel, a su vez hija y nieta de pintores de renombre. En ese entorno, en vez de seguir la tradición de pintar batallas y momentos victoriosos, o de representar alegorías moralizantes, David prefirió reflejar la realidad de sus paisanos tal como la veía, y tuvo gran éxito. Este cuadro titulado «Coloquio pastoril» ha cumplido cuatrocientos años. Hoy, ¿cómo pintaría a unos pastores de ganado?, ¿con alguna mejoría –debida al desarrollo rural consciente– en las ropas, en los alimentos, en los utensilios, o con una mediocridad globalizada? ¿Cómo sería el medio de transporte?, ¿reivindicaría el pequeño jumento por silencioso, amable y fuente de abono?, ¿pintaría a las vacas con o sin cuernos?, ¿encontraría ganado sin estabular? Miremos con objetividad el paisaje que nos rodea. Difícil ya agrupar vacas, ovejas, patos… al lado de una charca donde abrevar. Pero hay algo –apenas perceptible, casi inmaterial– que sería una pena perder para siempre: esa calma, esa pulcritud del paisaje, ese tiempo para la conversación y la cultura unida a la sencilla alegría de vivir, representada por un instrumento musical en la mano de uno de los pastores.

Rosa Barasoain