Ilustración: Neus Bruguera
El hacer del ser humano con respecto a la tierra lo comparaba con la madre que “ama a su hijo, se ocupa de él, lo observa, se preocupa sin cesar de sus problemas, de sus necesidades; está atenta a los mínimos detalles. Pues bien, es lo mismo para la tierra, para las plantas y para los animales. Cuando se les ama se provocan efectos incomparablemente superiores a los del arrendajo sobre la génesis del árbol y de la planta en la tisana”. Lo sabía bien porque había sufrido de joven una grave crisis de salud, su organismo llegó a no tolerar ningún alimento salvo los que le suministraban en una clínica que precisamente se abastecía de verduras de cultivo ecológico-biodinámico y fue así cómo descubrió la importancia de la manera de cultivar, aprendió qué hay detrás de los alimentos que sanan y nos devuelven la vitalidad.
Sin embargo, qué ajena permanece a todas estas experiencias la vía emprendida por la legislación europea; qué desencanto la nueva PAC, que vuelve a ignorar los más elementales principios de la reciprocidad para con la tierra; ignora también su papel en el cambio climático y en la conservación de la biodiversidad y, por supuesto, parece desvincularla de los alimentos cotidianos, cuando son la base de nuestro sistema inmunitario y, por tanto, de la salud. ¿Cómo hablar del amor a la tierra?
Se justifica una agricultura que esquilma bosques, tierras y agua potable cuando a la vez se calcula que se tira ¡el 40% de la producción de alimentos! Pero no nos escudemos en las multinacionales, bajemos a lo personal, a nuestra compra diaria, porque el paisaje cultural es un reflejo de cómo comemos: ¿Tenemos a nuestro alrededor diversidad de cultivos, bosques, ganado de pasto? ¿o vemos cada día monocultivos, barbechos quemados, plásticos, deforestación, macrogranjas? Somos los mayores consumidores de pesticidas de Europa, y a la vez los que más extensión tenemos inscrita en ecológico. ¿Vivimos una esquizofrenia social? Por un lado, con la pandemia se ha empezado a notar un anhelo por más frutas y verduras y alimentos frescos, incluso se intuye y se rechaza el maltrato animal, pero ahí siguen las macrogranjas productoras de toxicidad a todos los niveles y las políticas agrarias que no acaban de dar el paso tan urgente y necesario. ¿Dónde está la ciencia? ¿podemos hablar de amor a la tierra?
Xavier Florin nos hablaba de recuperar la sabiduría de la Naturaleza que todo lo recicla y lo envuelve y transforma. Pero dejó dicho también que primero hay que reparar los estragos causados por una falsa agricultura. Cuanto más amor a la tierra pongamos como consumidores, como agricultores, como científicos, más fuerza tendremos
para frenar la negrura, la pobreza que crea pobreza y además lleva a ser presa de los fanatismos. La tierra es verdadera. El agricultor, la agricultora ecológica que miman y cuidan su tierra, que se agachan para palparla, sentirla, olerla… son los verdaderos, los que aman la tierra y no se atienen sólo a la normativa y el beneficio a corto plazo. Por su amor a la tierra mostrarán la virtud del ser humano, que tiene la facultad de cambiar y de mejorar su entorno, y a sí mismo, expandiéndose en un círculo virtuoso de alimentos que sanan.
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