Dijo el sabio, “si lloras por no poder ver el sol, no podrás ver las estrellas”. Si donde vives las noches de verano son frescas y la tierra caliza no te permite cultivar frambuesas ni arándanos, podrás descubrir a las grosellas negras, que ahora es el momento de plantarlas en el seto o entre cultivos. El sabor de sus frutillas y el perfume intenso que desprenden sus hojas con tan sólo rozarlas compensa. Necesitan un lugar fresco, porque temen el exceso de calor, pero en julio nos darán grosellas maduras para comerlas a placer, preparar siropes, incluso vitaminados zumos para el invierno. También podemos recolectar sus aromáticas hojas y ponerlas a secar a la sombra, sobre una red y en lugar cálido y ventilado, para que el secado sea rápido y no se dispersen sus propiedades.

Por suerte hay abundante bibliografía sobre este cultivo y sobre qué nos aportan los brotes, las hojas y el fruto, conocimientos adquiridos a veces a lo largo de toda una vida. Pero puedo asegurar que nada vale tanto como la propia experiencia y en esto los niños son admirables. Dicen que hasta los tres años aprendemos lo más esencial, porque estamos abiertos a aprender con urgencia, con todos los sentidos, con mirada científica y absolutamente inmersos en un mundo nuevo que necesitas comprender. Con los años vienen los bloqueos, los miedos, la rutina, la inercia… hasta que de nuevo un día volvemos a ser niños por unos instantes y miramos el maravilloso mundo vegetal a su altura, que es como se debe contemplar. Un amigo experto en plantas medicinales recordaba los veranos de su infancia, cuando se refugiaba del calor y de las regañinas del mundo adulto tras una mata de grosellas negras. En silencio, envuelto en el intenso aroma que desprenden sus hojas, se sentía empequeñecer hasta poder mirar las frutillas a la altura de los ojos, y así entraba en el mundo de la planta. Se extasiaba con la perfecta redondez de las frutillas rojas, y las granate oscuro casi rojas, conviviendo con las ya maduras, de un negro mate, todas con el cáliz florido a modo de diminuta corona.

En el huerto combinar variedades de grosella mejora la polinización y la consiguiente cosechaAl comerlas un niño apreciará en la boca ese estallido de contrastes, como golosina que no sacia, le dirán que es agridulce y sabrá de su contenido en vitamina C (160mg/100g cuando la naranja contiene 60 y el pimiento crudo 120) de sus minerales y otras sustancias protectoras, como los flavonoides (120mg frente a los 50 de la uva o los 160 de la naranja) y sin tener que pelar ni cocinar.

Las hojas de grosella negra son medicinales. En infusión –5 o 6 hojas en ¾ de litro de agua– son especialmente diuréticas, ayudan a eliminar el ácido úrico y otras toxicidades. En infusión fría era la bebida refrescante que se recomendaba a quien trabajaba en el campo bajo el sol de verano, y en gargarismos para evitar la ronquera. Los monjes difundieron en Europa su cultivo y consumo en fresco y también dominaron el arte del licor, la ratafia de grosella negra. Una receta muy asequible es mezclar el jugo recién exprimido o extraído de los frutos con aguardiente de 18º y añadirle la mitad de su peso en azúcar, un palito de canela y una pizca de clavo o de otra planta aromática que tengamos en el huerto. Lo dejaremos en una botella de color, bien cerrada y al sol, y después de un mes filtraremos.

En el huerto combinar variedades de grosella mejora la polinización y la consiguiente cosecha, tan abundante que podremos guardar congeladas, en mermelada, sirope o en zumo. El jugo de los frutos bien maduros nosotros en casa lo obtenemos con un extractor de jugos (una perola para cocinar al vapor que tiene un grifo en su base). El zumo sale a una temperatura que permite hacer el vacío, de manera que podremos tomarlo como fuente de vitamina C, o en estados febriles, a lo largo del invierno, solo o añadido a yogures y zumos de fruta.

Para agradecerle cuánto nos da, en otoño limpiaremos de hierbas su lecho y le pondremos al pie unos buenos puñados de compost. Justo al final del invierno le daremos una buena poda para mantener jóvenes las matas. Los tallos leñosos servirán de plantones en marzo. Entretanto los habremos dejado enviverados –semienterrados al pie de un muro al norte– inclinados, como en letargo, felices de contemplar las estrellas.

 Texto: Rosa Barasoain