La calidad del agua influye de manera esencial en la eficacia de los tratamientos. Más aún en los extractos de plantas que prepararemos para proteger y fortalecer nuestras plantas. La mejor es el agua de lluvia, pero atención a no emplearla demasiado fría, debe estar entre los 15 y los 25 oC y estar limpia. Debemos almacenarla correctamente, evitando que se contamine, y nunca procedente de tejados de uralita porque desprende trazas de amianto.

El pH ideal del agua deberá estar entre 6 y 6,5, lo mismo que el preparado final para su uso una vez añadidos los diferentes ingredientes.

El agua de lluvia puede ser más o menos ácida, para corregirla se puede alcalinizar añadiendo ceniza de madera, o mejor con lithothamne.

Si el agua a emplear tiene un pH7, hay que bajarle la acidez por medio de un ácido como el vinagre de sidra, ácido cítrico, o el suero de leche que hará además las veces de adherente y mejorará la absorción del preparado. Para bajar el pH un punto necesitamos 1 vaso de los de vino lleno de vinagre para 10 litros de agua (4 litros para 1.000 litros de agua). Usemos para medirlo un instrumento como el pHmetro o las tiras reactivas de pH.

En general el agua de lluvia es preferible a todas. A la de grifo porque no lleva cloro ni apenas cal, y es también preferible a la de pozo que puede contener caliza y nitratos y no ser potable. Solo si no tenemos agua de lluvia utilizaremos la del grifo, pero previamente soleada durante dos o tres días, removiéndola de vez en cuando para que se evapore el cloro. Pero no olvidemos que puede tener cal, y si es muy caliza la cal tapona los estomas de las hojas, con lo cual podemos estar perdiendo un 50% de eficacia.

Los mejores contenedores para hacer los preparados de tratamiento son los de acero inoxidable (los que usan los apicultores), las cubas de madera, los bidones de plástico (atención, que no tengan residuos químicos) y los de fibra de vidrio.